La revista número 1 de Turista de interior. Revista de procesos de isla ya está preparada. En esta ocasión tenemos la suerte de contar con la colaboración, como editor, del poeta Alejandro Krawietz que ha desarrollado un viaje interior, al interior de la isla y de la memoria. Dentro de su propuesta no ha caminado solo, sino que ha contado con una serie de colaboradores y colaboradoras que de una forma u otra están presentes en este número. Ellas y ellos son: Javier Eloy, Cira Yolanda Campos Torres, Dª Rafaela Torres de la Rosa, Manuel Cruz, Nena Arias, Jordi Doce, Francisco León, Isidro Hernández y Mataparda.
Aquí pueden leer un fragmento de la mano del propio Krawietz de lo que encontrarán en la versión impresa de la revista:
La carretera, tendida sobre la isla a una altura relativa —que procura no menoscabar al caminante ni al carro tirado por bueyes ni al arriero—, avanza. Cuchillo de doble filo, corta hacia los dos lados. Desde hace ya décadas la TF-28 compone la nueva orilla insular. Una frontera de silencios y de círculos. El mundo de los de abajo y el mundo de los de arriba apenas sí se tocan. El interior de la isla comienza ahí. Ese que va a caminar por la linde es apenas nada. No es un viajero. Su mirada no posee consistencia.
Bienvenido, me dice el asfalto, al mundo de un turista de interior.
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En el meditar previo, verdadero, del que camina, en el pórtico de un andar doméstico, escribo ahora este sincero agradecimiento. Gracias Claudio, por tu luz, que me acompañará estos días. Y mientras subo la escalera de la casa, camino de la azotea, voy recitando sus versos, voy imaginando su obrar: «Nunca había sabido que mi paso / era distinto sobre tierra roja / que sonaba más puramente seco / lo mismo que si no llevase un hombre / de pie, en su dimensión…»
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«Templos donde el horizonte es todavía el don final» dice María Zambrano en El hombre y lo divino. Y piensas, entonces, inevitablemente, en el lugar llamado Fasnia, en el lugar llamado La Medida, en el lugar llamado El Escobonal, en el lugar llamado Icor. Y el deseo de tender ya el puente, de construirlo ya, es irrefrenable. Ese anhelo del don final. Salir. Salir ya.
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En la mochila llevo: la cámara de fotos, un trípode pequeñito (que luego no utilizaré), el cuaderno y la pluma, un tintero, el teléfono, dos mudas, una esterilla y un saco ligerísimo, una grabadora, un chubasquero, la cartera. Puestos, los zapatos más cómodos. Un sombrero recién comprado. Unas gafas de sol. Un abrigo suave.
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Por abajo pasan el ruido y el tiempo. Por arriba habita ese silencio, disuelto en luz.
*Fotografía de Alejandro Kawietz
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