Los árboles del topo es una pieza audiovisual resultado del encargo de Solar. Acción Cultural a la cineasta Macu Machín (La Palma, 1975) para El invernadero. Grupo de análisis sobre naturaleza. El objetivo de esta colaboración entre la cineasta y la asociación es producir, desde el ámbito cinematográfico, una investigación que gira en torno a conceptos expuestos en sus trabajos experimentales, tales como territorio, memoria y naturaleza, estableciendo una narrativa poliédrica en la que las personas cohabitan y se encuentran. Así, la propuesta desarrollada por Machín consiste en una pieza de 12 minutos de duración vertebrada a partir de un material personal anclado a la naturaleza, la familia, la memoria y la herencia.
Para conocer un poco más sobre esta investigación audiovisual pueden leer la reflexión elaborada por la propia cineasta:
Siempre me fascinó el pequeño álbum de fotos de mi familia. Un álbum muy pequeño, con pocas pistas para rastrear el pasado de mis padres. Sin embargo, esas escasas huellas fueron lo suficientemente sugerentes como para mantenerme fantaseando historias sobre nosotros, sobre nuestros barrancos y almendros, sobre nuestros propios silencios durante toda una infancia y adolescencia. Tan pocos indicios, pero tan evocadores como para mantenerme muchos años después interesada en documentar mi vínculo con mi familia en ese territorio de La Palma que aparece en las fotografías, origen de todos los integrantes de mi familia menos el mío propio. Esas fotos y esos recuerdos me dictaron un poco de manera automática las coordenadas de un proyecto que comenzó a tomar forma cuando estaba justamente más lejos de ese territorio, cuando vivía en Buenos Aires. Ahí comencé a escribir el largometraje que por fin se materializa ahora, casi veinte años después, llamado La hojarasca. El origen de este largo y ansiado proyecto son precisamente esas fotografías.
Cuando observaba una y otra vez esos trocitos de papel monocromo arqueados por los años, me daba cuenta de que la sucesión de retratos principalmente a cuerpo entero solía tener un denominador común: la necesidad o deseo de sus protagonistas de mostrarse acompañados por los pinos y los almendros que forman parte de su entorno, como si los propios árboles formaran parte del retrato de familia. He percibido ese gesto muy a menudo cuando quiero hacerles una foto. “Espera, Macu, que me coloque”. Entonces hacen algo que se convierte en ritual: agarrar una rama del árbol que tienen más cercano, como si le estuviesen dando la mano a una abuela o a una tía con complicidad, y enseguida se dibuja en sus rostros una sonrisa infantil. De ese contacto y de esa complicidad quería dar cuenta en Los árboles del topo.
Según la Academia Canaria de la Lengua, “topo”, un término muy popular en La Palma, significa “saliente peñascoso más o menos redondeado”. La casa de mi familia está en un topo. Para mí un topo siempre fue un lugar de difícil acceso, poco habitado y desde el que podía percibir cómo la tierra se desparramaba sobre el mar a gran altura. Para mí un topo, mi familia y lo que logré saber de ella fueron la misma cosa. Hasta ahora.
De alguna manera Los árboles del topo, como mi penúltima pieza, Aquí estuvimos, son una continuación natural de lo que estoy explorando en La hojarasca, como si se tratara de pequeños asteroides de un cometa que nunca termina de desaparecer del cielo. En esta pieza que he concebido para El Invernadero me centré en elementos muy concretos, aparentemente estáticos e inanimados: fotografías que son también “indicios” -como diría Peirce- de algo que alguna vez fue, pero que aún permanece en mí.
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