Ciudad elemental

La organicidad, lo lineal, la densidad, el planeamiento, la estructura, las relaciones, las de poder y las otras, los equipamientos, el trabajo, la vida doméstica, la diversidad, el género, la tecnología, la política, la economía y lo social forman parte del entramado de direcciones que se superponen en la aprehensión de la ciudad. Todas estas capas no son sino la capacidad de la que dispone la población para asirse al lugar que habita; en otras palabras, una suerte de cultura colectiva que permite construir discurso de vida o, mejor dicho, de vivencia. La experiencia urbana es el punto de partida sobre el que dibujar el mapa de acontecimientos e interpretaciones que delimitan el significado en sí mismo, así como la imagen mental proyectada y el papel que desempeña el espacio en las relaciones que se establecen entre individuos.

La historia está jalonada por las distintas aproximaciones al concepto de ciudad y, también, por la sucesión de hechos que la han definido. Desde las teorías históricas y filosóficas hasta los conflictos bélicos, pasando por la intrahistoria desmitificada de la cotidianidad, lo relativo a la ciudad queda delimitado, especialmente, por tensiones de poder. Esa historia es, a nivel cronológico, la organización del espacio como una parte importante de las estrategias económicas, políticas y sociales.

En el diccionario de Nebrija de 1495, la definición de ciudad era, en sí, una de ellas: Roma. Centraba toda la atención en cuanto a la concepción de urbe, entendida como aglomeración poblacional estructurada en viviendas y entramado de calles, pero también de manera determinante, según la ordenanza política y administrativa. A pesar del declive del Imperio Romano, la actual ciudad italiana, seguía siendo el lugar por excelencia para el pleno desarrollo de lo humano en contraposición a lo rural.

El paso de un sistema regido por las inclemencias naturales, el campo, a otro dominado por la invención del estado produce nuevas formas de interacción pero también de pensamiento. En la actualidad, coexisten el tratamiento, de tinte nostálgico, del territorio “natural” en términos de protección, y la teorización sobre lo urbano en forma de devenir de la historia en tanto que respuesta a un cambio continuo del estamento poder.

En la ciudad de la modernidad, centro y periferia han ido intercambiando su valor en función, sobre todo, de su explotación y agotamiento económico, y esta inclinación hacia un lado u otro tiene como consecuencia el movimiento poblacional y el reajuste en las relaciones. El análisis de estos movimientos centra el trabajo de la teoría urbana y de los modos de percepción, y es en esta última forma de aproximación en la que el arte se constituye no solo como herramienta sino también como procedimiento.

Sin embargo, la visión culturalista que ha dominado los estudios sobre la ciudad han delimitado excesivamente su interpretación, priorizando su lógica funcional (que no debe olvidarse) por encima de su sentido filosófico o artístico: lejos de entender lo urbano como un elemento mutable acentuó los valores de costumbre e identidad, aludiendo a la tradición, cuya base se había anclado en el siglo XIX con Ruskin y Morris. Se forman así varias líneas de actuación sobre la ciudad:

  • Científica, en el intento de ordenación purista y razonada; un suerte de disciplina.
  • Planificada, es decir, ordenada por partes.
  • Histórica, apelando a cierto pasado de “civilización urbana”[1].

En cualquier caso, actualmente y desde los años setenta, la ciudad lenguaje, en la cual los significantes arquitectónicos se corresponden con los significados-función, deja paso a una ciudad escaparate donde domina la metáfora. No obstante, estas imágenes figuradas han de reinventarse; de nada sirven las utilizadas hasta ahora como “máquina” o “cuerpo” que aludían a dispositivos en las que la causa y el efecto poseían una relación mecánica[2]. En la metrópolis de hoy, los procesos vivientes y la actuación no previsible de sus actores confieren nuevas y cambiantes relaciones que devienen en novedosas formas de expresión: desde la ciudad-concepto hasta un cierto historicismo que se traduce en imagen turística, pasando por la desintegración del intercambio de mercancías en favor del mercado de la información.

Así, lo urbano se constituye a partir de dos premisas: una construcción material y su correlativo evento mental. De esta manera, la percepción de la ciudad necesita imágenes de referencia para hacer consciente su existencia. Lo contrario de este silencio transparente es la imagen poética; cada vez más, la literatura y el arte la definen a través de espacios de percepción que formulan una determinada psicología, esto es, otorgan al amasijo de calles, plazas y edificios una mirada cultural que los dota de memoria. La legibilidad resultante construye el corpus que, desde las distintas disciplinas, prefiguran su estudio y análisis.

[1] C. García Vázquez, Ciudad hojaldre. Visiones urbanas del siglo XXI, Barcelona, Gustavo Gili, 2008.

[2] L. Lippolis, Viaje al fin de la ciudad. La metrópolis y las artes en el otoño posmoderno (1972/2011), Madrid, Enclave, 2015.